martes, 6 de noviembre de 2012

32 Madrid: síndrome post


Frase del día: La energía no se crea ni se destruye ...  


3-Octubre-2012

Cuando se vuelve de un viaje como este se tiene la sensación de que todo fue producto de la imaginación. En algunos viajes hemos dado con personas que nunca hacen fotos, su argumento suele ser que prefieren vivir las cosas en primera persona y no a través de un objetivo. Nosotros optamos por perder unos segundos de realidad,  guardarlos para siempre, poderlos compartir y tener la certeza de que realmente eso ocurrió.



No sabéis cuanto se puede echar de menos una tortilla de patatas. Hoy ha sido el gran día en el pueblo: unos vinos, una tortilla y un buen corte de jamón. La felicidad a veces está al alcance de la mano o del cuchillo, si se prefiere.




Los rostros de ese bar de pueblo eran bien distintos. Cuesta trabajo conciliar esta España rural con el Tíbet o la China rural, todo junto tan de repente. Después de tantas cosas ya nada es igual. Cuando se viaja se asume el riesgo de quedar marcado para siempre. La realidad mantendrá referencias a algo intangible que el resto no puede ver. La escala de valores se descabala.

Esta entrada quiere rendir tributo a los personas  que nos hemos ido cruzando. Alguien dijo que cualquier vida anónima bien contada seria la mejor de las historias. Cada una de estas caras  nos cuenta su historia. Lo más perturbador es que allí donde coincidimos, ellos continúan escribiendo sus historias; inabarcables, inalcanzables. Historias que por un instante cruzaron como algo exótico o curioso, pero que no son literatura, son vidas reales que continúan escribiendose.

Suele decirse que el atrevimiento tiene un precio. Ese es el mismo tributo que hemos de pagar al viajar. Metemos las narices donde queremos, buscando novedades, creyendonos únicos por descubrir algo que siempre ha sido así, pensando que somos especiales por haber tenido la suerte de haber estado allí en el  momento preciso. No nos quedará más opción que la de pagar por ello, los recuerdos se guardan para siempre, pero piden algo a cambio: inevitablemente algo de nosotros se queda en el camino.

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